El diseño de futuros es el futuro del diseño

El futuro del diseño es el diseño de futuros

Cómo perder el miedo al futuro y adentrarse en el Diseño Especulativo, aplicando conceptos de Design Thinking.

Autor: Oscar Guayabero - Docente en el Máster en Diseño Gráfico Digital y en el Máster en Diseño de Producto y Modelado Digital.
Diseño
9 de Abril de 2024

xCon este texto inicio una serie de artículos que pretenden activar nuestra capacidad de generar escenarios futuros no distópicos. Esta idea surgió en mi hace un par de años, cuando en casa, en una conversación con mi hija de entonces trece años y unas amigas suyas, se dijo por su parte, y sin arquear una ceja que “lo mejor que le podría pasar al planeta sería la desaparición del ser humano”. Durante unos días esa charla me quedó en la cabeza y pensé que cuando yo tenía esa edad jamás se me hubiera ocurrido semejante idea. Así que me puse a indagar que es lo había pasado entre finales de los setenta y ahora para que unas chicas alegres y listas dijeran sin demasiado dramatismo que la extinción humana era algo posible e incluso deseable. De toda esa investigación surgió un libro llamado “Neutopías. Nuevas utopías y diseño de futuros” que en este momento esta en fase de edición con la editorial Gustavo Gili.

En esta serie de textos explicaré algunas de las razones por las cuales la distopía es hoy hegemónica y cual es el efecto que ha producido en nosotros como sociedad. Por otro lado, exploraré la teoría de futuros y esbozaré algunas herramientas y puntos de partida para conseguir “mirar al mañana sin miedo”.

En primer lugar es importante entender el papel que el futuro tiene en nuestra mente y en nuestro día a día y particularmente en el diseño. El futuro siempre ha sido el territorio del diseño. Por naturaleza el diseño es prospectivo, proyectamos antes de hacer, dibujamos antes de producir. Habitualmente en el diseño intentamos avanzamos a las necesidades de los usuarios (esa es la base del llamado Design Thinking), y también avanzarnos a las tendencias. Por lo tanto, mirar hacia adelante es común para los diseñadores. Pero no siempre ha sido así. Veamos.

La era premoderna

En la era premoderna el futuro no existía, como explica Lucian Hölscher, en “El descubrimiento del futuro”. Es decir, el devenir era algo divino que dependía de Dios pero, en todo caso, no era un lugar donde proyectar esperanzas o proyectos. La gente vivía en un presente continuo, muy marcado por el pasado: tradiciones, leyes y leyendas, condicionamientos sociales, prejuicios, religión, costumbres... eran definitivos para marcar el presente, desde cuándo sembrar, hasta con quién casarse. Y en ese presente, el futuro solo era el día siguiente, la cosecha siguiente, la temporada siguiente. Nadie esperaba que ese futuro fuera substancialmente distinto al presente que vivía. En eso contexto el diseño (que no existía como disciplina pero probablemente si como actitud) era principalmente deudor de la artesanía. La artesanía es una de las prácticas de las que más podemos aprender. La razón es que su resultado es la evolución lenta y durante siglos de tipologías y estrategias, para conseguir hacer más con menos. Es decir, obtener mejores resultados, formales y funcionales con el menor esfuerzo, la menor cantidad de energía y de material. Eso de debe a que su máxima fuente de conocimiento y allí donde acude a buscar soluciones es el pasado. O al menos, así era antes de la revolución industrial.

La era modernax

La edad moderna se inicia en el siglo XV pero puede que Utopía, el libro de Thomas Moro, publicado en 1516 sea el inicio de una modernidad que tardaría aún varios siglos en llegar, la modernidad del futuro utópico. Es a finales del siglo XIX cuando el género de las utopías se expande. Entre 1888 y 1895 se editaron más libros de este subgénero que en los cien años anteriores; en la mayoría, la ciudad como espacio habitado es el lugar preferido para situar los escenarios utópicos. Cuando los escritores utópicos empezaron a trasladar sus sistemas político-sociales ideales hacia el futuro, imaginaron las ciudades como algo perfecto, una imagen que respondiera a sus propios deseos. Con los inicios de la revolución industrial aparece un género literario que, si bien no siempre es utopista, sí tiene algunos de sus componentes. El caso más conocido es Julio Verne, autor prolífico y pionero de la ciencia-ficción. Una de sus ideas era la «novela de la ciencia»: escribir aventuras basadas en los inventos y avances científicos y técnicos. Claramente es un momento donde el futuro cobra mucha importancia.

Vanguardias y Utopías

Y entonces llegaron las vanguardias y con ellas un tsunami de utopías más o menos estructuradas. Es quizás el periodo más fértil respecto a las proyecciones de futuro desde la arquitectura y el diseño. En ese contexto, el pasado ha dejado de ser el lugar donde acudir para hacer las grandes preguntas. Ya no es la religión sino la ciencia el oráculo al que consultar sobre casi todo. Y en ese momento el futuro deja de pertenecer a Dios para ser nuestro, como humanos. Independientemente de lo que hemos hecho con él, el futuro era nuestro y la utopía se hizo predominante. Las grandes ideas e ideologías de la modernidad son utópicas. El diseño no era una excepción, solo por poner un ejemplo, Walter Gropius en el manifiesto fundacional de la Bauhaus en 1919 expone:

x¡Formemos pues un nuevo gremio de artesanos sin las pretensiones clasistas que querían erigir una arrogante barrera entre artesanos y artistas! Deseemos, proyectemos, creemos todos juntos la nueva estructura del futuro [en algunas traducciones se dice un nuevo edificio del futuro], que combinará todo en una única forma: arquitectura, escultura y pintura, y que un día se alzará hacia el cielo de la mano de un millón de artesanos como símbolo cristalino de una nueva fe.

Está convencido de que la escuela puede contribuir a crear un nuevo mundo, incluso un «hombre nuevo». Ese ser humano reformulado sería capaz de solucionar los conflictos sin recurrir a la guerra. La construcción de ese nuevo mundo implica creer firmemente en que el futuro será mejor si hacemos el suficiente esfuerzo para que lo sea. Que utilice la palabra fe es interesante porque, al igual que en el utopismo, se basa en creer aquello que no se puede ver o demostrar.

El gran problema de las utopías modernas, es decir, concernientes al movimiento moderno, es la tendencia a totalizar, a intentar dibujar un plano completo de la utopía, sin resquicios ni zonas por definir. Esa fascinación por definir hasta los últimos detalles genera utopías cerradas en sí mismas, sin posibilidad de adaptaciones, versiones o usos parciales y, como se puede imaginar, totalizar lleva, con una gran probabilidad, al totalitarismo. Ante una utopía 360º toda diferencia de opinión se entenderá como disidencia y traición. Así ha ocurrido con las grandes ideologías que han dirigido el S.XX y también con el movimiento moderno en el contexto del diseño y la arquitectura. Aún hoy aquellos diseñadores que siguen pensando en términos “modernos”, rechazan la diversidad de soluciones y tendencias por considerarlas “falsas”. Algo muy similar al dogma religioso.

La postmodernidad

Posteriormente, la postmodernidad que coincide en el tiempo, y quizás en más cosas, con la aparición de neoliberalismo económico se decxlaró harta de esos dogmas. Es la gran decepción de la modernidad y sus ideas la que genera consignas como “Less is a bore” de Robert Venturi. El grito punk «No future» ya nos dio la voz de alarma. El futuro dejó de ser un lugar brillante al que aspirábamos llegar cuanto antes. Los años setenta y ochenta inauguran una época donde parece que el pasado siempre fue un lugar mejor. La nostalgia se instala en todos los ámbitos —la moda, la música, la arquitectura, el diseño, incluso la vida— idealizada. A pesar de la New Wave, la vista se gira hacía el pasado. El presente es un lugar complejo, contradictorio, sofocante, agotador y solo se mira hacia delante en términos tecnológicos. Es en ese momento, cuando surge la distopía como género de masas. El futuro ya no nos pertenece, sino que sospechamos que básicamente es propiedad del capital. La intuición de que un pequeño grupo de personas con mucho poder (y mucho dinero) controlan el futuro es común y se establece como idea mayoritaria. Ante esa perspectiva, el futuro deja de ser un lugar alentador y toda la literatura, tanto de ficción como narrativa, se centra en alertarnos de los múltiples peligros que nos acechan. El diseñador toma una posición de revisionista del pasado con ironía e incluso cinismo.

Ahora estamos en otro momento, que aún no ha sido etiquetado y que se define por los intentos de muchos en romper con la hegemonía de la distopía y sobre todo por la aparición de un escenario donde el futuro se hace plural. No hay un futuro marcado sino una multiplicidad de futuros, probables, plausibles y posibles. Es ese el entorno donde estamos y desde el que intentaré explicar a lo largo de algunos artículos la necesidad del diseño por recuperar el futuro como espacio operativo, posible, complejo pero no distópico.

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