Hablar bien del plástico no mola. Pero hoy toca.
Resolver el problema del plástico está en nuestras manos. Pero no tiene nada que ver con las bolsas del súper.
Cada vez que veo una imagen de algún animal marino enredado en plástico se me encoge el corazón. Son imágenes que encierran tanta maldad que todo el mundo occidental se ha conjurado para declararle la guerra al plástico, esa sustancia abominable que surge de las entrañas de la tierra y del infecto (y maldito también) petróleo. Medios de comunicación, grandes empresas y marcas, ONGs y hasta celebrities de Hollywood se han convertido en auténticos altavoces contra el plástico. Un tema que ha generado expertos, empresas, movimientos sociales y artísticos, incluso nuevos productos que lo sustituyen en algunos usos cotidianos.
La pregunta que me hago es: ¿Realmente sabemos todo lo que hay que saber?
He decidido rascar un poco, y hurgando, hurgando he dado con montones de datos.
Unos confirman la alarmante situación que los océanos viven por culpa de la incontrolada llegada de tantas toneladas diarias de residuos plásticos. Y otros tienen que ver con la procedencia del plástico que acaba en los océanos. Y después de conocerlos, puedo asegurarte que no estamos poniendo el foco de nuestra ira en el lugar más acertado.
Porque resulta que hay países que lo hacen peor que otros. China encabeza con diferencia el ranking de países a quienes se la trae al pairo la problemática. Le siguen la India, Tailandia y Egipto. Llama muchísimo la atención Sri Lanka, con 20 millones de habitantes y responsable del 2,78% del impacto total. Vemos también que tanto Europa como Estados Unidos forman parte de las regiones que menos efecto tienen en la problemática. En concreto, los países europeos se mueven en porcentajes que no llegan al 0,1%, y esto quiere decir dos cosas. La primera es que nuestro entorno es sensible a la movilización. Estamos comprometidos con el tema y mejorando nuestra relación con el plástico y los residuos en general. Pero la segunda cosa que significa es que, viendo las cifras globales, me temo que lo que hacemos, que es mucho, sirve para más bien poco. Para menos del 0,1%.
Sigo buscando datos para intentar comprender mejor el problema, y doy con datos acerca de los grandes ríos del mundo asiático, los que dan vida a regiones, provincias y ciudades interiores, por ser fuentes naturales de recursos y de transporte. Y llego tristemente a la conclusión de que son las auténticas autopistas de la mayoría de residuos que acaban en el mar. Las cifras son gigantescas. Y el foco del problema me parece ahora mucho más claro.
Voy a dejar a un lado el análisis de la isla de plástico del Pacífico. Tampoco hablaré del impacto de todo este plástico en la vida marina. Y tampoco lo haré acerca del impacto en nuestra propia salud. Hoy me voy a centrar en el problema que para mi es más urgente resolver: detener la hemorragia.
Porque hay miles de millones de personas que mucho antes de preocuparse por los océanos y por conceptos como reciclar lo van a hacer por comer, huir de peligros o, simplemente, sobrevivir. Pero tampoco es de recibo que desde nuestra privilegiada burbuja occidental culpabilicemos a estos países de todos nuestros males. Porque probablemente nosotros también lo somos de los suyos. Incluido el envío de nuestra propia basura a cambio de su silencio. Porque en el fondo, nos resulta mucho más fácil (y a las marcas y grandes empresas también) centrarnos en nuestro entorno más próximo que aceptar que el progreso, tanto el social como el individual, es el único remedio posible. El progreso de los países en desarrollo. El progreso de las sociedades que hoy no pueden dedicar ni tiempo ni esfuerzos a velar por el planeta. Hay que inyectar prosperidad donde sea necesario. Hay que insuflar conocimientos. Hay que aportar valor e ideas que transformen los deshechos plásticos en una oportunidad de negocio, en una forma de ganarse la vida. Hay que conseguir que estos países escalen posiciones en la pirámide de Maslow.
El plástico no es ni bueno ni malo para el planeta. Puede parecer chocante, pero es así. No camina, ni se escapa de noche de los basureros para llegar al mar con la intención de estrangular tortugas. Es un material reciclable, recuperable. El uso y el destino final que le damos es el que define su cometido. ¿O es que no le hemos dado un mal uso a los millones de neumáticos que yacen bajo las aguas de cualquier océano? ¿O no le hemos dado un mal final a los millones de bidones que guardan peligros bajo el mar? Hemos hundido barcos, plataformas petrolíferas, aviones... Todo lo que va al mar es dañino. Hemos hecho innumerables ensayos nucleares en paraísos naturales. Hemos sido unos auténticos salvajes con el mar.
Algo hay que hacer, pero sabiendo dónde actuar. Y aquí es donde las marcas y las grandes compañías pueden demostrar su compromiso con el planeta. Porque una cosa está clara: la industria del plástico sigue creciendo. Y si no conseguimos establecer una hoja de ruta global e inyectar recursos y soluciones donde realmente es necesario, tardaremos menos de lo que parece en ser literalmente devorados por sus efectos.
© Grand View Research