Javier Jaén está comunicando
"Es un libro pensado para quien disfrute del ingenio visual pero también para aquellos que estén empezando a plantearse que quieren ser comunicadores visuales".
A menudo, usamos términos grandilocuentes con demasiada facilidad. No es el caso, cuando digo que este libro es uno de los mejores libros de comunicación visual que podréis encontrar en la actualidad. Según su autor en el libro hay: “Medio ambiente, tecnología, amor, sexo, diversidad, arte, literatura, religión, ciencia, gastronomía, salud, deporte, capitalismo salvaje, movimientos sociales, economía, terrorismo, guerra, política, justicia, arqueología, virus, música, teatro, moda, vino y algo de diseño e ilustración”. Yo, no estoy seguro de que sea un libro sobre diseño gráfico, ni sobre ilustración, tampoco que sea de poesía visual o de publicidad. Lo que sé es que es un gran libro de comunicación.
Javier Jaén (Barcelona, 1983) estudió Diseño Gráfico y Bellas Artes en Barcelona, Nueva York y Budapest. Su actividad profesional se ha centrado en la ilustración editorial. Entre sus trabajos, encontraréis portadas de libros, proyectos audiovisuales, publicidad, comunicación cultural y creación de obra propia. Hasta ahí, nada que no salga de otro libro donde un autor/diseñador/ilustrador muestra su trabajo, pero es que eso es sólo una parte del libro.
“Greetings from Javier Jaén Studio” nos muestra al autor, su método de trabajo y cómo es capaz de dar saltos visuales entre el material original, el concepto y la forma. Ofrece consejos a los no iniciados, explicando con humor el proceso de convertir una idea en una imagen, a la vez que presenta diferentes casos de estudio que analizan proyectos clave en su carrera, abordando tanto sus éxitos como sus fracasos. Quienes hayan estado en alguna de sus conferencias sabrán a que me refiero. Javier, lejos de explicar su trabajo como quién narra una epopeya épica y misteriosa, hace doméstica su labor de traducir historias y conceptos en imágenes. Y como lo hace con la ayuda de materiales cotidianos, objetos, iconos o palabras en un lenguaje simbólico y lúdico, llena de sentidos e interpretaciones.
Es un libro pensado para quien disfrute del ingenio visual pero también para aquellos que estén empezando a plantearse que quieren ser comunicadores visuales. Ofrece una narración honesta, generosa y, a menudo, divertida de alguien que trabaja con la actualidad como materia prima y que nos va lanzando mensajes políticos de soslayo. Y hace asequible los mecanismos por los que es capaz de generar imágenes que no solo ilustran (un texto, una portada o un cartel) sino que generan discurso por ellas mismas.
A estas alturas, cabe preguntarse como un tipo como Javier Jaén, que según dice él mismo: todavía no ha escrito un niño, no ha plantado un libro y ni ha dado a luz a un árbol, ha trabajado para clientes como The New York Times, The New Yorker, The Washington Post, El País, National Geographic o Greenpeace y ser, según la revista Forbes, uno de los 100 españoles más creativos.
Mi hipótesis es la siguiente: Jaén nutre su narrativa visual de poesía, eso no hay duda, pero sobre todo de capacidad de comunicar. Su trabajo traduce al lenguaje de signos, conceptos muy complejos. Pensaréis que eso es lo que hacen la mayoría de los diseñadores y es cierto, pero hay algo en su labor de traductor que se escapa del “oficio” del diseño, y creo que es su uso de objetos con extrema inteligencia empática. Me explico, como hemos dicho, para sus ilustraciones usa objetos, a menudo domésticos. Estos objetos contienen la memoria de lo que fueron, un guante de boxeo, una letra, un megáfono, un ojo de juguete, una cafetera, un guante, etc. A esa lectura Javier le da un giro, a veces solo un pequeño quiebro, a veces un salto mortal. Su lectura final no es ni la primera, ni la segunda, es una tercera exponencialmente más rica. Bien, hay artistas, desde Man Ray, Duchamp a Brossa o Jeff Koons que también hacen algo similar. Pero hay una sutil y enorme diferencia, lo hacen como acto creador, no como una pieza al servicio de la comunicación, por eso sus piezas nos pueden resultar cripticas. En cambio, Javier Jaén nunca traspasa el límite de la legibilidad de los collages objetuales. Tampoco cae en recreaciones esteticistas, es cierto que los objetos están manipulados con gran cuidado, pero no como ejercicio de estilo, están ahí para contar algo, no para despistar o para lucimiento del autor. Esa es la clave, Jaén es un comunicador y muy bueno, él crea “objetos comunicadores”.
Y hay algo que no se nos debería escapar, muchos de esos trabajos están hechos desde la inmediatez de la prensa, como si Pla-Narbona o Daniel Gil trabajaran de hoy para mañana. La velocidad de decisión, creatividad y producción añaden un grado más a la brillantez de sus ideas. Curiosamente, entre sus trabajos más reposados, como los carteles de teatro que se supone que tiene un cierto margen, a las ilustraciones de prensa, hay una manera de hacer que los une, aunque no compartan ni estilo, ni técnica. Ese nexo vuelve a ser la capacidad de comunicar y un compromiso político que, aunque sumergido, se hace evidente entre líneas.
Bueno, si eso no es suficiente para que el libro sea deseable hay que añadirle la gran cantidad de humor que contiene. Los “objetos comunicadores” que hay nos hacen pensar, reflexionar, dudar, incluso cuestionar y cuestionarnos, pero, además, casi todos nos hacen esbozar una sonrisa, cuando no una risa abierta. No se de muchos comunicadores que consigan transmitir tal cantidad de cosas sin perder el humor. Quizás algunos humoristas gráficos podrían hacerlo, pero volvemos al punto donde el trabajo de Javier Jaén es tan singular, el usa ese humor no solo para hacernos reír sino para comunicar algo, desde un pensamiento de un periodista a un festival de cine.
Por último, quisiera hablar de su Falla valenciana en 2016, donde una bandera blanca en la que se proyectaban las imágenes de banderas de infinidad de países ardía bajo las llamas de la “cremá”. Esta pieza es, a mi parecer, lo más potente que se ha hecho respecto a las identidades y nacionalismos en el espacio público y lo hizo en un contexto lúdico, pero tremendamente complejo como es el entorno fallero. Ser capaz de meterse en ese jardín y salir airoso, no es nada fácil y pone de relieve la enorme capacidad de Javier Jaén para ser político mientras comunica.